Lo más importante es disfrutar la vida mientras podamos, porque andamos por ahí una sola vez y cuando se acabó, se acabó. W.A.

lunes, 8 de octubre de 2007


La muerte es para los vivos.



La muerte es el descanso más profundo para quien la padece, para quien la sufre es el proceso más crudo de sobrellevar.

El primer sábado 6 de octubre después de que ella se fue, seis otoños atrás, empecé a vivir. Mientras tanto, la mañana de este sábado me recibió en un pueblo tropical con la lluvia cubriendo mis cabellos, empañando los anteojos que la hacen de vista artificial, dificultando cualquier paso que daba.

Con el transcurso de la mañana y la espera de mi madre junto a la abuela, llegó una voz que temblorosa dejaba escuchar mi tía acaba de fallecer como si se tratara del más terrible acontecimiento que la mañana lluviosa traía consigo. Justo el 6, una vez más, en sábado.

Hacía dos días que alguien más me escribía sobre la muerte de una de las personas más maravillosas del mundo. Pocos ratos, muchas risas, tantos planes… y se quedaron allá, donde el mar es sereno, donde el marlin la hace en ocasiones de cajita de sorpresas. Hacía dos días que terminaban mis labios de decir cancer respondiendo la pregunta de Nayeli, hacía sólo 50 horas que había gritado al decodificar aquellos signos que se tornaron inteligibles para la razón, para el alma, para el ser.

Paciencia para llegar a la orilla del mar, otro mar.

La casa, justo en medio de aquel terreno de arena con platanares que daban sombra a la pared de la improvisada sala de velación, la sala y una típica cama tabasqueña, de esas donde la abuela parió a mi madre, con cuerdas y petate. Ella envuelta en sábanas blancas y otras con un color de rosa apenas perceptible. Nada era importante, nadie era requerido, pero ahí estaban, estábamos. Tres señoras a la derecha en una banca que posiblemente fue prestada por la iglesita próxima, dos más junto a la puerta que daba hacia la cocina. Ella sin aliento, con el alma guiada por tres luces sostenidas en cera y cuatro santos que velaban su sueño, que ahora se conocía eterno.

Las palabras no importan, las miradas lo decían todo.

El luto sólo fue llevado por la madre, que salía recién bañada con un humilde vestido negro y un irrespetuoso cepillo amarillo en la mano. Me reconoció. Dos sábados antes había estado donde ella, con dos primos más visitando a la tía, platicándole nuestras hazañas y planeando nuestro futuro, preguntando por las sobrinas que por lo menos yo, no conocía y tomando el obligado pozol de las 12. Porque allá aún se acostumbra.

Como si no fuese suficiente verla, mi madre se acercó y tocó sus pies, ya está fría fue todo lo que salió de su boca, al menos todo lo que pudiera ser relevante, lo demás, estaba de más.


Afuera, en otras bancas cerca de las matas de plátano, con la familia a un lado y un abanico para soportar el calor que la lluvia había dejado, vimos llegar una gran camioneta negra. La muerte había llegado.

La cosa no tiene nombre, el nombre es dado a la cosa.

Dos hombres bajaron y sacaron lo que sería el lugar de reposo por toda la eternidad de la que estaba justo en medio de la sala, en aquella casa verde, de ese verde que comúnmente se pintan las casas, del mismo que colorea la mía.

Bastaba eso para terminar de creer y saber que la tía no existía más, decidí entrar. Me senté en la banca rojo tierra donde antes se sentaron las vecinas y escuché dónde tenía que estar la cabeza, donde sus cabellos serían colocados para convertirse en lo que fue en un principio. Nada.

No sé cuántos hombres, la tapa de una caja metálica como la sangre obstaculizó mis ojos artificiales, pero de repente, como una última despedida, como para hacerme saber que ya no estaría, su mano haciendo un movimiento de lado a lado, como cuando nos enseñaban a decir adiós. Amarillo, rojo, verde, muerte. Ya estaba, era todo lo que hacía falta para reconocerla sin vida. Y lo entendí.

Mi cabeza hastiada de pensar dos días seguidos, originó un llanto incomprensible para mi alrededor, sólo mi madre sabía que la misma enfermedad se llevaba a una tercera persona, dos en menos de una semana, la otra, justo 6 años atrás, en un sábado donde nadie estuvo cuando se le necesitó, ni siquiera ella.

Tratando de entender dejo de buscar los porqués que le hacen falta a mi vida, sólo sé que ahora tengo que aprender a sobrevivir. Un día buscaré a ese pez sorpresa y tendré de postre aquella nieve de coco que enmarca a la perfección la arena, el mar, el viento y las estrellas... para celebrar la vida.



7 de octubre de 2007.
21:40hrs.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

vaya, ahora si que tú desataste emociones y sentimientos en tu descripción o vaya en si el mismo relato guarda quizá tu más profundo sentir, vaya me gusto como paso a paso lo fuiste relatando.... hasta pronto

atte

wallamota

Efímera dijo...

.


(Por que no hay palabras, ni para los sentimientos o las letras que lei)

*CaleidOscópica dijo...

la simbología que encierra la muerte en tu vida es bastante interesante.

las fechas, las razones y todo lo que pasa a tu alrededor es algo difícil, así que sólo recuerda que no es algo que te pase A TI. a lo mejor de esa manera puedas desprender algo de tu sentir.

capitán pezuña dijo...

En momentos como estos (ahora que escribo después de leer tu historia y antes cuando la escribiste) lo mejor es respirar hondo, cerrar los ojos y dejar que se nos marque una sonrisa y quizá alguna lágrima.

Saludos.

capitán pezuña dijo...

...de más no está decir que la lagrima sería pequeña y consiliadora.